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Sydneid Siegel ( de pie)

Los Judíos en el negocio de la música latina

Desde la aparición del sello Seeco, propiedad del judío estadounidense Sidney Siegel, radicado en la ciudad de Nueva York, en la década de los años 40, comienza un ciclo donde empresarios y músicos de origen judíos encontraron en la música afrocaribeña un filón para ser explotado comercialmente y que permitió su expansión y difusión a nivel internacional Pero había un detalle resaltante, ya que en su negocio tenía gran demanda en el género musical que vendía. Y no obstante la visión de Siegel era un hecho inminente, varios artistas quedaron sin trabajo y observaba el gran potencial que tenían los cantantes populares, y decide dar un giro al rubro empresarial, ahora la música era su terreno, observó la demanda de la RCA Víctor, Columbia Records y Decca, sabía que no contaba con su apoyo, y decide abrir su compañía en Canadá.
 Seeco Records inicia sus operaciones en 1944, siendo sus primeros artistas Pupi Campo y Noro Morales, dio espacio a la música Cubana, Puertorriqueña, Mejicana, Argentina, Española, Dominicana, etc... Debido a la gran demanda, abre una filial de su compañía, Tropical Records. Durante las décadas del 40 y 50, debido a la fama, y al fino catálogo de artistas que poseía abre casas de grabación en diversas partes del mundo, como también hace sociedad con disqueras existentes. En 1953 lanza su primer disco de 12', mientras que los de 10' tanto en 33 y 78 r.p.m. seguirán siendo básicos hasta mediados de los 60.  Odiados por algunos en la explotación del talento artístico de grandes figuras de la salsa y venerados por otros los empresarios estadounidenses de origen judío forman parte de la historia musical afrocaribeña.
Esa música “judeonegroíde”, epíteto empleado por el nazi Hermann Gobbels, por el racismo en la ideología nacionalsocialista, en su afán de imponer la llamada “raza aria”, no amilanó a los judíos estadounidense, quienes se sumaron al sabor y trepidante ritmo contagiante de la música latina.
George GoldnerEste impulso comercial sería uno de los ingredientes que ayudarían las bandas latinas o afrocubanas como la Sonora Matancera o del mambo como las Big band de Machito, Tito Puente o Tito Rodríguez o sextetos como los de Joe Cuba, La Playa y La Plata, por los años cincuenta. Ellos con sus típicas guarachas y sones u otras bandas que tocaban el mambo “neoyorkino” o jazz latino en Night Club de Broadway ascenderían en su popularidad. Estas bandas, sobre todo las neoyorkinas eran asistidas por músicos blancos estadounidenses descendientes de europeos de origen: irlandés, italianos, alemanes y latinos de origen, cubano, puertorriqueños, venezolanos y otros.
Esa transculturización quedó para la historia, con temas tocados por las Big Band de Frank Grillo Machito, Joe Curbelo, Pupy Campo, Noro Morales, Tito Rodríguez y Tito Puente, y que influyeron junto al gran Arsenio Rodríguez, a muchos músicos como los hermanos Andy y Larry Harlow, así como también en esa generación de adolescentes judíos criados, en su gran mayoría, en Brooklyn, Harlem o su periferia.
Ellos una vez como músicos profesionales engrosaron el jazz y la música latina, ya como músicos, como en los casos de los Harlow (Larry y Andy), el trombonista Lewis Khan, Marty Sheller, Barry (Rogestein) Rogers, Lew Soloff y Mark Weinstein y el cubano judío Chico O’Farril, como referencia de algunos músicos de origen semita integrados a orquestas latinas. Sino también de inversionistas, como en los casos de los empresarios discográficos George Goldner y Morris Levy (accionistas en Tico Records), Perlman Ben (socio de Al Santiago en Alegre Records), Pancho  Cristal, judñío cubano productor de Tico Records; Sidney Siegel (propietario de Seeco Records), Harvey Averne (fundador de Coco Records), Jessie Moskowitz (creador de Montuno Records) o del abogado judío italiano Jerry Masucci cofundador con Johnny Pacheco de Fania Records. Pero en otro aspecto podemos citar el caso del Lutier Martín Cohen, fabricante en New Jersey de los indispensables instrumentos de percusión Latín Percusión, que aún abastecen las orquestas salseras, o de los disjockeys, como en el caso de Simphony Sid, el locutor-productor radial que impulso la salsa desde su programa de radio en New York, e ingenieros de sonidos, como en el caso de Irv Greenbaum, uno de los diseñadores del sonido Fania con Jon Fausty; o cineastas, como en el caso de León Gast, director de las películas Nuestra Cosa Latina o Salsa, que permitieron la difusión de la salsa en el mundo entero.  Lo cierto es que la influencia e inversión de empresarios judíos fue Jerry Massucideterminante para que la música afrocaribeña se expandiera en el mundo.
Bien, lo dijo el vocalista Pete “Conde” Rodríguez, en el tema Shalon Malecum, cuando describió la presencia judía en la ciudad de Nueva York: “aquí vive más judío de los que tiene Israel y cuando ellos están de fiestas nadie se puede mover”. A pesar del fuerte apoyo y fuente primigenia de los cubanos, sin la organización, planificación y mercadeo de los empresarios judíos no se hubiese logrado imponer no solo la salsa sino otros ritmos caribeños como el bolero, cha cha cha, pachanga.
Con la llegada al poder del dictador Fidel Castro en 1959, a Cuba y el consabido bloqueo comercial a ese país por EEUU. Algunos de los instrumentos de percusión importados a Nueva York, proveniente del archipiélago cubano, no llegaron más a la tierra del Tío Sam, sino de otras latitudes. No obstante, pese a esas trabas políticas el tesón de Martín Cohen y su equipo se avocaron a ser fabricantes de timbales, congas, bongos, campanas, aportaron al mercado neoyorkino los instrumentos necesarios que hacían falta en la ebullición musical de esa industria cultural en la ciudad manzana, New York, que estaba plagada de músicos de todas las nacionalidades y grupos étnicos, pero sobre todo latinoamericanos y en menor proporción de origen judíos, pero que contribuyeron a su comercialización internacional. De la misma forma que lo hizo el californiano de origen judío Herb Albert y su Tijuana Brass, con su sello disquero A&M Records.

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